jueves, 3 de junio de 2010

3*

EXTERIOR-TARDE
Música de Grateful Dead



Llevo mas de media hora sentado aquí esperando que alguna chica linda se siente a mi lado para meterle conversación. Carlos está en la otra banca tocando baladas en su vieja guitarra. Entonces, en vez de llegar la hermosa chica del atardecer, se aplasta a mi lado una gorda de lo más inmunda. Las tetas se le salen por los costados, su trasero se escurre por toda la banca y su cara parece un guante de boxeo. Odio las mujeres feas. Me escupo las manos y juego cno la saliva pero no surte efecto, mi cochinada en vez de espantarla la divierte. Carlos, guitarra la hombro, se acerca y saluda de beso a la gorda. Carlos tiene el funesto don de conocer a las tipas más indeseables de Ciudad Inmóvil. La gorda resulta ser pianista, eso me cabrea más, para mi las pianistas deben ser bellas, como la amiga de Toni o Leslie Ash.

-Carlos, ¿has visto Ballenas de agosto?
-No
-Ya no tienes que ir -digo
Carlos se aguanta la risa. La gorda me mira con interés.
-¿Es una película? -pregunta ella.
-Algo así -digo
-Me gustan las ballenas -dice ella-. ¿A ti no?
-En el océano me encantan -digo.
Carlos trata de dominar la risa.
-¿Es una comedia? -pregunta ella.
Imagino su pequeño cerebro atrapado bajo un alud de copitos verdes.
-Al contrario -digo- Es una película triste.
-¿Por qué ríen entonces?

Ser cruel y pesado con la gente no es bueno pero calma los nervios. A uno también lo joden y así va la vida. Cuando somos crueles con los semejantes no pensamos en su dolor. pensar en el dolor ajeno es malo para los nervios. Nada hay más importante que el propio dolor pero quizácierta chica también sufre al saber que, a fin de cuentas, la amaba más de lo que creyó siempre.


*Cuando dejé Ciudad Inmóvil por primera vez (había ganado una beca de seis meses para hacer un curso de cine en Bogotá) prometí llevarla conmigo y luego hubo líos y no pude o no quise. Me bastaba con hablarle cinco minutos por telefono, cad dos noches, desde mi habitación de hotel. Estaba deslumbrado por mi repentino cambio de y vida y no capté como se diluía su voz llamada tras llamada. Al principio insistía en la posibilidad de venir y yo siempre encontraba la forma de matar su entusiasmo.
Me gustaba estar solo en aquella ciudad de nadie, me gustaba aventurarme por allí sin rendir cuentas. Una vez me escribió pidiéndome regresar enseguida, era una carta desesperada, llena de dolor y rabia y ganas de morir. En lugar de tomar el primer avión hacia ella, de tomarla en serio, fui a un café y disfruté saber cuánto me amaba. Ni un segundo pensé en su angustia, en cómo debió sentirse para escribir algo así. No, era el Rey Reptil, el amo de las mujeres. ¿Cómo se puede ser tan imbécil? No lo sabré jamás ni me importa. ¿Qué objeto tiene saber algo si ella no estará conmigo?


Hacía y deshacía mundos para ella, Aceptaba mis palabras y actos sin oponer resistencia. Era dócil y confiada como una mascota. Pensé que podía hacer lo que quisiera, que ella jamás iba a reaccionar. ERROR. Mientras estuve a su lado nada pasó. Mataba sus dudas como si fueran moscas. Apenas dejé espacio pudo saber la clase de escoria que amaba. Estaba deshecha y me pidió que regresara a decirle como siempre que nada era cierto, que jamás le haría algo así. No hubo respuesta. ERROR. La fiebre y el insomnio hicieron presa de ella. Supe que una vez pensó en venir sin consultarme pero al final tuvo miedo de quedar en la deriva: ya no confiaba en mí, ya la había perdido.Ella jamás habló de su dolor pero su voz en el teléfono era una sombra de su voz y después
llegó el silencio, el largo y espinoso silencio hasta el fin del mundo. Me sentí
traicionado, me dije: Nadie puede hacerme esto. Soy Big Rep. Pero no pude moverla un ápice y mi orgullo se esfumó. Entonces me volví loco.


Ella y yo tuvimos buenos momentos, tuvimos diálogos y sueños, tuvimos citas y canciones, tuvimos sexo con amor, sexo con magia, sexo con sangre y locura. Quizá quiera negar aquel tiempo pero voy a estar aquí recordando que le enseñé a mover estrellas, a leer escritores cojonudos, a entender lo que nuestros ojos no ven, lo que no zumba, las criaturas de oscuro aire. Ella me enseñó a saber y eso al menos es cierto. Ella es esquiva, silenciosa, con heridas antiguas. Debes amarla con cuidado, puede ponerse fría y dura como un sapo de yeso, puede guardarse en sí misma como un caracol resentido.


Ortega, el poeta profesor, sostiene que el artista es un pequeño dios cuya altanería es un dolor que lo hace pedazos. Recoger cada pedazo es su oficio. Un oficio sórdido, inútil y extenuante: sórdido porque vives en un manicomio. Extenuante porque son demasiados. Inútil porque jamás los escontrarás todos. Ortega tiene razón, el pedazo más valioso no quiere saber nada de mí.

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